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LA
COCA Y EL SHAMANISMO
EL
desarrollo que conocieron los grupos humanos hacia esquemas complejos de
relación en el ámbito de la América prehispánica, evolucionó desde etapas
iniciales de igualdad social a otras de estructuración jerárquica y de
especialización, expresadas en los conceptos de banda, tribu, jefatura y
estado. La aparición del shamán como individuo diferenciado dentro de esas
incipientes sociedades y con capacidades para vincular el ámbito divino de los
espíritus con el terrenal, reflejaba un cambio en las relaciones internas del
grupo y de éste con el medio, consecuencia manifiesta de la búsqueda de
garantías en su devenir existencial y de respuestas ante acontecimientos
inexplicables en los que los dioses jugaban su papel. Ello alcanzó su mayor
grado de complejidad en las sociedades urbanas, en las que el sacerdote se
convertiría en el heredero inmediato de la tradición shamanística, recayendo en
él funciones religiosas y políticas de indudable trascendencia. El
reconocimiento del vínculo entre sociedades de escasa estructuración interna y
la aparición del shamanismo justifica la existencia, desde fases
cazadoras-recolectoras iniciales, de individuos especializados con dedicación
parcial, capaces de comunicarse con los poderes sobrenaturales para curar
enfermedades con la ayuda de los efectos catárticos del ritual o para predecir
el futuro, aunque en ocasiones ese conocimiento del mundo selectivo era
empleado para la coacción, ya que se podían causar males por medio de hechizos.
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La
consideración como especialista reconocía socialmente al shamán, quien actuaba
no dentro del esquema de calendarios sagrados preestablecidos, sino determinado
por situaciones concretas.
Unas
actividades que, perpetuadas a lo largo del tiempo, adquieren en su dimensión
social un carácter integrador a través de la ejecución de actos simbólicos que
implicaban la participación activa de los individuos, y donde las fuerzas
naturales y sobrenaturales eran puestas bajo control, adquiriendo significado
dentro de su patrón cultural, y conllevando por parte de la comunidad el mejor
desarrollo de las actividades cotidianas, gracias al bienestar social y físico de
sus miembros.
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Su
comunicación con unos espíritus que toman formas animales, como serpientes,
aves rapaces, primates y felinos básicamente, y de elementos de la naturaleza,
como viento, lluvia y trueno, dieron lugar a la aparición de composiciones
simbióticas de lo humano, animal y natural de carácter mágico-religioso,
generalizadas en toda la América prehispánica. Reflejo de un concepto animista
del cosmos, la imbricación existencial de seres humanos, animales y cosas,
garantizó a los shamanes su perpetuación en el tiempo, y si bien inicialmente
su aparición habría que ponerla en relación con incipientes excedentes de
producción que permitieron la especialización de algunos elementos de la
sociedad, su presencia en etapas evolutivas más desarrolladas hablan de su
trascendencia dentro de las culturas prehispánicas.
El
conocimiento que se tiene en la actualidad del shamanismo en el periodo
prehispánico ha sido proporcionado por la información aportada por las fuentes
históricas, por la arqueología a través de restos materiales, entre los que
destaca una producción escultórica figurativa de uso exclusivo, y la etnografía
comparada, que nos aporta, a través del conocimiento de sociedades indígenas
actuales, propuestas que se consideran en un estado similar al que alcanzaron aquellos
grupos.
Esas
representaciones escultóricas muestran al shamán como un individuo en
posiciones ceremoniales, sentado, recostado, mascando coca, inmerso en sueños o
vistiendo y adornando su cuerpo de una manera especial, con símbolos
diferenciadores y expresivos de sus poderes.
Una
apariencia externa en ocasiones complementada con una iconografía fantástica en
la que los elementos humanos y animales han expresado una dimensión
sobrenatural propiciatoria, reflejo de su papel intercesor con los dioses. La presencia
de éstos en el arte de las culturas prehispánicas ecuatorianas no es
excepcional. Desde los periodos iniciales del Formativo en culturas como
Valdivia, aparecen ataviados con una indumentaria ritual en la que sobresalen
tocados, collares y orejeras, que se mantiene durante el periodo del Desarrollo
Regional en la cultura Tolita. Características que, complementadas con el
detalle de las actitudes, ya que es frecuente mostrarlos realizando rituales en
los que se consumen productos sicotrópicos o alucinógenos indispensables para efectuar
su viaje al Otro Mundo, se mantendrán inmutables tanto en la región costera
como en la andina hasta el periodo de Integración.
Ceremonias
ancestrales y virtudes de la coca
Según fuentes documentales y
sobretodo la investigación etnológica, a la coca -al igual que las caracolas
marinas, al mullo y a las chaquiras- se la necesitaba para alcanzar todo:
salud, librarse de peligros, tener buenos temporales, etc., etc., hasta en las
punas donde es tan escasa.
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Se la empleaba para cualquier rito
familiar, desde el nacimiento hasta el deceso, en la organización del espacio.
Intervenía y continúa interviniendo en la vida social de millones de seres
humanos, que se desenvuelven bajo la influencia mágica de sus hojas. Nada se
les escapaba, ya que inclusive las distancias las medían en cocadas: mediante
la duración del bolo que se chacchaba durante el viaje.
La creencia sobre su origen divino estaba admitida sin discusión; por eso
muchos santuarios detentaban dotaciones de cocales. Tan importante resultó para
los jatunrunas, que la integridad de las prácticas de su vida la relacionaban
con ella, desde el arar la tierra, ofrendándola a la Pachamama, como en el acto
de construir una casa. Se la ofrecía al Sol, a la Luna, a toda clase de ídolos,
a los difuntos, a las apachetas para recuperar fuerzas. Por eso no faltaba en
las relaciones de reciprocidad y redistribución. Todos hacían uso de ella,
nobles y plebeyos, varones y mujeres, niños y adultos.
Además de planta mágica manejada por los sacerdotes y los altos poderes del
Estado, siempre en enlace con actos religiosos. Estaban convencidos que ningún
oráculo respondía si el sacerdote no ofrendaba y rumiaba coca al momento de
consultarles. Y el hombre común acudía a ella en todas sus necesidades:
enfermedad, adivinación, favores de fortuna, cuestiones de amor. Siempre
hallaba consuelo en esa planta divina